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Comunidad marista de Bugobe: sus últimos días y su muerte –– |
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Durante los últimos meses del año 95
llegaron a ser siete los Hermanos que trabajaban con los refugiados en
el campo de Nyamirangwe. Había Hermanos ruandeses que se hicieron cargo de la ayuda a los
refugiados hutus en un primer momento y dos Hermanos europeos que se ofrecieron para
trabajar en esta misión respondiendo, de forma voluntaria, a la llamada del H. Benito
Arbués, Superior General. Los Hermanos ruandeses fueron sucesivamente
destinados a otros países y sustituidos por los europeos, de modo que a finales del mes
de junio de 1996 la comunidad estaba compuesta por los HH. Servando Mayor, Miguel Ángel
Isla, Julio Rodríguez y Fernando de la Fuente. El superior de la comunidad
era el H. Servando. Con los Hermanos vivían y trabajaban cuatro personas de
origen ruandés.
Vivían en un barracón, construido con planchas de madera y un tejado de
chapa. El interior estaba separado por plásticos de la misma calidad que
aquellos con que estaban hechas las tiendas de los refugiados de los campos, facilitadas
por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). La vivienda
constaba de siete pequeñas habitaciones, una capilla, un comedor, un pequeño cuarto de
aseo y dos duchas. También había un espacio para
almacén. El barracón lo habían construido los Hermanos ruandeses
durante los años 94-95, al empezar a trabajar con los refugiados.
Detrás de la casa había un pozo de unos 12 metros de profundidad para
recoger las aguas residuales.
Dentro del pequeño poblado de Bugobe y a unos 200 metros de los Hermanos vivían doce
religiosas ruandesas que también trabajaban con los refugiados. |
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Entre los días 26 y 30 de octubre
llega al campo de Nyamirangwe una gran cantidad de refugiados procedentes de otros campos. El día
30, el H. Miguel Ángel escribe en su diario: «Rezamos laudes, seguidos de la eucaristía. Desayunamos y
tenemos una reunión comunitaria para organizarnos y distribuirnos las
tareas... Comemos un poco, rápidamente. Una marea humana huye de Bagira y Bukavu hacia Walungu. Me paseo por la ruta.
Saludo. Veo niños que lloran... Se siguen oyendo fuertes bombazos
que se confunden con los truenos. Oigo en la "fonía" (la radio de
los misioneros) que el arzobispo de Bukavu ha sido asesinado y que las calles están
llenas de cadáveres. Se me pone unos instantes la carne de
gallina. El que daba la noticia se despedía hasta el cielo, con una voz
angustiada... La tensión es fuerte. Nos despedimos hasta mañana,
si Dios quiere.» |
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El día 31 de octubre llegan nuevos
grupos de milicias hutus
fuertemente armados que controlan los caminos, roban y obligan a huir a la gente de los
alrededores. Los campos de refugiados quedan vacíos y la gente huye en
desbandada. Los campesinos de la zona de Bugobe huyen llenos de miedo, aunque
pronto regresan para proteger sus propiedades.
A las diez de la mañana los sacerdotes que vivían con los Hermanos y las religiosas
de Bugobe abandonan el poblado.
Ese día, por la mañana, escribe Miguel Ángel en su diario:
«Me levanto. Veo que Servando está más sereno y
tranquilo. Escucho radio FRI. Me voy a orar un rato... me pasan la
epístola del día y me dicen que la lea (Ef 6,10-20): "Fortaleceos en el
Señor..." Tenemos la eucaristía y desayunamos... Se oyen
los bombazos, con frecuencia de minutos y bastante cerca, más o menos como
ayer. Son armas pesadas.»
Por la tarde escribió lo que había
hecho por la mañana y después de comer: «Llegamos al campo y vemos que todo el mundo está huyendo con
rapidez... Sigo contemplando el éxodo de más de ciento veinte mil ruandeses
de Nyamirangwe y de Kovogovo. Desolador, desolador. Saludo y digo
adiós a muchos conocidos... Todos se han marchado. Hacemos una
oración juntos y luego consumimos el Santo Sacramento... Comemos y me voy a
dormir la siesta... Son las tres de la tarde y el ambiente parece bastante
tranquilo. Las monjas se han ido. Los sacerdotes
también. No queda más que la población local.»
No se sabe el número de milicianos
que asaltaron la casa de los Hermanos, el 31 por la tarde. Ese día,
hacia las 20 horas, algún vecino oyó gritos en la casa de los Hermanos, ruido de vajilla,
gemidos y la expresión: «Señor,
Señor, ten misericordia, que nos matan.»
Se oyeron tres disparos seguidos. Luego más disparos, y finalmente
otro. Parece que fueron unos seis disparos en total. Los vecinos
huyeron de sus casas para esconderse en el monte.
Se puede afirmar que tres de los Hermanos fueron asesinados en sus habitaciones
respectivas y uno de ellos en la capilla. Las manchas de sangre están
localizadas en esos lugares. Los campesinos del lugar, cuando pasaban junto a
la casa, en dirección al molino, por la ventana de la habitación de Miguel Ángel vieron
sangre.
Tres días después las milicias abandonaron el barracón y lo dejaron desvalijado.
El día 8 de noviembre se acercan a Bugobe los
HH. Pedro Arrondo y José Martín
Descarga. Los del poblado les muestran el lugar donde pueden estar los cuerpos de los
Hermanos: se encuentran en el pozo de las aguas residuales a bastantes metros
de profundidad. Con una antorcha aciertan a ver dos cuerpos sin vida, pero no
los pueden identificar. |
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Los trabajos de recuperación de los
cuatro cadáveres fueron difíciles debido a las lluvias, las malas
herramientas, y las condiciones en que se realizaba el trabajo.
El día 14 de noviembre por la mañana se recuperaron los cuatro cuerpos.
La tarde de ese mismo día fueron enterrados en el cementerio de los Hermanos Maristas, en el
noviciado de Nyanguezi.
Una fosa única y amplia, recoge y guarda alineados, uno al lado del otro, los cuerpos
de Julio, Servando, Miguel Ángel y Fernando. Cuatro cruces de madera, con el
nombre de cada uno, se levantan como testigo de este nuevo relicario marista de fidelidad
a Dios y de entrega a los demás. |
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Los hipotéticos motivos del crimen
parecen ser: el tener en su poder la radio y el teléfono, el robo y
pillaje, la venganza por ser unos testigos incómodos de todo cuanto
sucedía en el campo de refugiados.
Hay una razón clara de su muerte: el haber optado por quedarse en el campo dispuestos
a seguir ayudando a los refugiados, aceptando el riesgo de ser asesinados.
Los cuatro Hermanos no han sido, por desgracia, los únicos asesinados; también lo han
sido decenas de campesinos zaireños que no estaban comprometidos con la guerra; en Bukavu
ha sido asesinado el Arzobispo, y en Goma tres sacerdotes y tres religiosas.
Los cuatro Hermanos y todos aquellos que han entregado su vida por ayudar a esta gente
desplazada y sin saber a dónde dirigirse, han sido capaces de amar hasta el extremo,
hasta el final. Su servicio y su entrega les era más querido que su propia
vida.
El H. Miguel Ángel lo intuyó unas semanas antes de su martirio:
«Ahora soy mucho más consciente de la realidad en
que estoy metido y a veces aflora a mi consciencia un miedo sordo, como chispas vivas y
fugaces. De todos modos sé bien de quién me he fiado y voy con alegría a mi
refugio... Este mundo no es el mío, hay demasiada abundancia y allí
demasiada necesidad, pero el hombre allí es más hombre...» |
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