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En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Aquí, en la presencia de Dios, bajo los
auspicios de la Virgen Santísima y de San José, queriendo dar a conocer a todos los
Hermanos Maristas la expresión de mis últimos y más vehementes deseos, concentro las
fuerzas todas de mi espíritu para redactar, según creo más conforme con la voluntad
divina y más útil al bien de la Sociedad, mi testamento espiritual.
En
primer lugar, humildemente suplico a cuantos de algún modo hubiese podido ofender o
escandalizar, aunque no recuerde haber lastimado a nadie voluntariamente, me perdonen,
hecha la debida consideración de la caridad infinita de Nuestro Señor Jesucristo, y unan
sus oraciones a las mías para alcanzar que Dios se digne olvidar los pecados de mi vida
pasada y acoger mi alma en el seno de su infinita misericordia.
Muero lleno de respeto, agradecimiento y sumisión al Superior
General de la Sociedad de María, y animado de los sentimientos de la más perfecta unión
con todos los Hermanos que Dios ha confiado a mi solicitud y que han sido en todo instante
tan amados de mi corazón.
Deseo que la más entera y perfecta obediencia reine siempre entre
los Hermanos de María: que los inferiores, considerando en los superiores la persona de
Jesucristo, les obedezcan de espíritu y corazón, renunciando siempre, si es preciso, a
la voluntad y juicio propios. Recuerden que el religioso obediente alcanzará
victorias, y que la obediencia es la principal base y sostén de toda
comunidad. Con este espíritu, los Hermanos Maristas se someterán ciegamente,
no sólo a los Superiores mayores, sino también a cuantos estuvieren encargados de
guiarlos y dirigirlos. Se penetrarán bien de esta verdad de fe: que el
superior representa a Jesucristo y debe ser obedecido en lo que manda, como si lo mandara
el mismo Jesucristo.
Os ruego también, carísimos Hermanos, con todo el afecto de mi alma
y por el que vosotros me profesáis, que practiquéis siempre la santa caridad entre
vosotros. Amaos mutuamente como Jesucristo os ha amado. No haya
entre vosotros más que un solo corazón y un mismo espíritu. Ojalá se pueda decir de
los Hermanos Maristas como de los primeros cristianos: ¡Mirad cómo se aman!
Tal es el más vivo deseo de mi corazón en este último momento de
mi vida. Sí, carísimos Hermanos, escuchad las últimas palabras de vuestro
Padre, pues son las de nuestro amantísimo Salvador: Amaos unos a otros.
Deseo, carísimos Hermanos, que esta caridad que debe uniros a todos
como miembros de un mismo cuerpo, se extienda también a las demás Congregaciones. ¡Ah!,
os conjuro por la caridad sin límites de Jesucristo, no tengáis nunca envidia a nadie y
menos aún a los que Dios llama, en el estado religioso, a trabajar como vosotros en la
formación de la juventud. Sed los primeros en regocijaros de sus aciertos y
apenaros de sus desgracias. Dadles con gusto la preferencia. No
escuchéis nunca las conversaciones encaminadas a perjudicarlos. La gloria de
Dios y el honor de María sean vuestro único fin y toda vuestra ambición.
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Pido aún al Señor y deseo con todo el ardor de mi alma, que
perseveréis fielmente en el santo ejercicio de la presencia de Dios, alma de la oración,
de la meditación y de todas las virtudes; que la humildad y sencillez sean siempre el
carácter distintivo de los Hermanos Maristas, y que una tierna y filial devoción hacia
nuestra buena Madre os anime en todo tiempo y circunstancia. Hacedla amar por
doquiera, cuanto os sea posible. Ella es la primera Superiora de la Sociedad.
juntad con la devoción a María Santísima la del glorioso San José, su dignísimo
esposo; ya sabéis que es uno de nuestros primeros patronos. Vosotros hacéis
el oficio de ángeles custodios para con los niños que os están confiados: tributad
también a esos espíritus puros culto particular de amor, respeto y confianza.
Carísimos Hermanos, sed fieles a vuestra vocación, amadla y
perseverad en ella con valor inquebrantable. Conservad siempre el espíritu de
perfecta pobreza y desprendimiento. La diaria observancia de vuestras santas
Reglas os preserve de faltar jamás al sagrado voto que os une a la más bella y delicada
de todas las virtudes. Cuesta vivir como buen religioso, pero la gracia lo
dulcifica todo. Jesús y María os ayudarán. Por otra parte, la vida es muy
breve y la eternidad no tendrá fin. ¡Ah!, ¡cuán consolador es en el momento de
comparecer delante de Dios, recordar que se ha vivido bajo los auspicios de María y en su
Sociedad! ¡Dígnese esta buena Madre conservaros, multiplicaros y
santificaros!
Sean siempre con vosotros la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el
amor de Dios y la comunicación del Espíritu Santo. Os dejo a todos
confiadamente en los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que tengamos la dicha
de vernos juntos en la eternidad bienaventurada.
Ésta es mi última y expresa voluntad, para gloria de Jesús y de
María.
El presente testamento espiritual será entregado al Padre Colin,
Superior General de la Sociedad de María.
Hecho en Nuestra Señora del Hermitage, el 18 de mayo de 1840. |